Ezequiel Martínez
Estrada
EL CUCHILLO (Cap.
II, La época del cuero, Radiografía de la Pampa, 1933).
Ezequiel Martínez Estrada |
El cuchillo va
escondido porque no forma parte del atavío y sí del cuerpo mismo; participa del
hombre más que de su indumentaria y hasta de su carácter más bien que de su
posición social. Su estudio corresponde mejor que a la heráldica y a la
historia del vestido, a la cultura del pueblo que lo usa: es el objeto más
precioso para fijar el área de una técnica.
Es un adorno
íntimo, que va entre las carnes y la ropa interior; algo que pertenece al fuero
privado, al secreto de la persona, y que sólo se exhibe en los momentos
supremos, como el insulto; pues es también una manera de arrancar una parte
recóndita y de arrojarla fuera. Exige el recato del falo, al que se parece por
similitudes que cien cuentos obscenos pregonan; quien muestra el cuchillo sin
necesidad es un indecoroso.
El sable
presupone el duelo; el cuchillo es para el duelo a pie. Dijo Lugones:
Con el patriótico sable
Ya rebajado a cuchillo.
Por su tamaño
impide que nadie tercie en la lucha; está indicado que el lance tiene intimidad
y que excluye al testigo y al intercesor. Si es arma, lo es tan temible como
cualquier objeto que sólo se emplea como tal eventualmente; no tiene la forma
entera del arma cuyo destino delimita el uso exclusivo; y tampoco porque sólo
falla cuando falla el brazo, de donde la seguridad en sí mismo es la eficiencia
de esta punta de acero en que concluye el ímpetu. Ninguna da, como el cuchillo,
fe en sí después de la victoria: el vencedor siente que la victoria es más del
mango que de la hoja. Todo el mango cabe en la mano cerrada que lo oprime hasta
el mismo nacimiento del filo; tiene la forma justa para ser asido, y aun cuando
ello es peculiar de las armas que se empuñan, ninguna otra es tan para la mano
sola; mandíbula cerrada con fuerza es la mano que abarca el cabo, y así acentúa
la intención en el colmo de la fuerza concentrada.
La mano lo
percibe en la esgrima como a la misma voluntad en punta, pues no exige que se
piense en él, ni en lo que se conoce de él a título de técnica.
Justicia criolla, Saráchaga |
La vaina arrebata
el cuchillo al mundo; el cuchillo envainado está sustraído al mundo de la
muerte. Es un utensilio en reposo, aunque nunca permite el ocio completo; tiene
el sueño enigmático del felino. Debajo de la almohada es el perro fiel, y en la
cintura el ojo occipital de la sospecha, de esa mitad del hombre que está a su
espalda. Es más que el dinero en el bolsillo y que la mujer en la casa: es el
alimento en cualquier lugar, el reparo del sol y de la lluvia; la tranquilidad
en el sueño; la fidelidad en el amor; la confianza en los malos caminos; la
seguridad en sí mismo; lo que sigue estando con uno cuando todo puede ponerse
en contra; lo que basta para probar la justicia de la fama y la legitimidad de
lo que se posee.
Da autoridad
porque en manos del obrero es competencia sin dejar de ser instrumento de
justicia y libertad. Con él puede el individuo, según la frase de Alberdi,
“llevar el gobierno consigo”. No en vano el nombre del cuchillo significa
también derecho de gobernar y de juzgar.
Por él se percibe
a través del brazo y el corte anatómico, el estertor de la víctima; y por la
sangre que moja la mano, la agonía caliente, el derrame de la vida y la
afirmación de la existencia personal. Es el arma corta que dificulta la ayuda;
el yo mineralizado y objetivo librado a su suerte, a su sino, sin azar; el arma
individual, el arma del hombre solitario.
Sirve,
naturalmente, para subrayar la razón, para hablar con sinceridad, y en las
manos infantiles del niño y de la mujer, es dócil a la tarea doméstica. Corta
el pan y monda la fruta, pero es peligroso llegar al secreto de su manejo y al
dominio de su técnica completa. El conocimiento de su “arte cisoria” es fatal,
como el de hacer un buen verso; se llega por ahí hasta donde no se quisiera.
Sirve para matar, y particularmente para matar al hombre, del que exige
determinada proximidad de cuerpo a cuerpo, eliminando cualquier ventaja,
cualquier impunidad por alejamiento. Es la síntesis de todas las herramientas
que el hombre manejó desde sus orígenes. Ameghino encontró cinco clases de
cuchillos diminutos, de piedra, en nuestra pampa.
El asado, Mazzoni |
Tiene, el
cuchillo, el tamaño de la parte de la hoja que queda adherida al pomo, a
disposición del duelista, cuando salta la espada rota: el trozo fiel del arma
es eso que sigue firme, el pedazo seguro. Al quebrarse, pierde lo que pertenece
al azar, a la fábrica, al obrero que la hizo; lo que salta, roto, pertenece al
metal y es el exceso. El cuchillo tiene un tamaño sin exceso, nada de azar ni
de extraño, que es lo que se ha suprimido justamente.
El sable, el
florete, manejados con rapidez, ofrecen al puño la resistencia de su longitud;
hay una fuerza inerte según la velocidad y la trayectoria de la punta, que
exige a la muñeca que los someta al juego y los haga ceder a la intención,
mientras que en el cuchillo la fuerza va de la mano al extremo, sin que la hoja
presente oposición sensible al impulso; todo se aprende con el ejercicio,
visteado, si se posee el indispensable don innato y el coraje. Es tanto el arte
de la mano como del ojo. El lance a cuchillo como exhibición carece de sentido
(no es un espectáculo. Es una intimidad), mientras que en el juego de la espada
y del florete, la exhibición es su verdadero fin. El cuchillo no admite
simulacro; y rara vez el juego como simple demostración festiva. La única
suerte de exhibición del cuchillo, la clavada, repugna a la índole de esta
arma, en cuanto debe soltarse de la mano, arrojarse y dirigirse con puntería;
todo lo cual es extraño a su finalidad y naturaleza. Inclusive la puntería, que
exige el punto fijo, la frialdad en el pulso y hasta el raciocinio; siendo que
la agresión es dirigida, en la pelea, a un punto cualquiera del cuerpo, según
lo ofrezca vulnerable el adversario. Y aun en ello no hay nada del pulso, de la
fría intención, sino del golpe de vista, de lo espontáneo, de lo intuitivo, de
lo que brota con la instantaneidad inconsciente de ese movimiento opuesto e
indescriptible, que en el animal perseguido se llama gambeta y que también
existe en su puro valor de defensa en el hombre agredido.
Hasta la punta
misma del cuchillo actual llegaba en la espada lo inherente al dueño, lo que
formaba unidad leal con el brazo. Al acortarse hasta ahí dejó el hombre librado
a su fuerza, a su arte y a su destino. Esa parte es, además, la seria, la inclemente;
la finta estaba en lo que ha perdido de longitud. No queda ya apelación a lo
imprevisto ni a la teoría.
Duelo criollo, Castagnino |
Es raro el
suicidio con él; es un arma del hombre para fuera, de la punta hacia la punta;
no se vuelve contra el amo, como el perro, que es lo que se le parece más. Puesto
que toma sentido supersticioso en lo que tiene de amuleto, es propicio por
excelencia. La hoja desnuda es la advertencia del peligro; declara la anchura
de la herida y su profundidad; es en el aire como la medida metálica del
agujero en la carne; hay entre el acero y la carne una misteriosa
correspondencia, lo que es cortar, y hasta entrando en la vaina previene que
puede herir. La sangre deja limpio al acero, pero se acumula y oscurece en el
lugar en que la hoja se une al cabo (donde lo que participa del mundo se une a
lo que pertenece a la mano); o se la embebe el mango, si es de cuero o de pata
de ciervo.
Hay el cuchillo
de todos los días, cuchillo del trabajador, con mango de madera o encorado, de
hoja desgastada y filo curvo de tanto usarse; y el de las fiestas, de corte
rectilíneo, sin rastro casi de la afilación, de palta, con iniciales y labrado.
Esta es el arma ornamental, con la S que es la estabilización de la empuñadura,
que ampara y no priva del contacto en el golpe. Hasta puede llevar los versos inscriptos
en la hoja, como el del Chacho. Ése es el facón, más largo, con dos estrías
longitudinales, doble filo apenas embotado y un arabesco arborescente, en medio
del cual la marca de fábrica: la armería más que el poseedor. El cuchillo es de
un filo, fino, afinadísimo en el trabajo delicado de la chaira o contra otro,
con la voluptuosidad de un afeite personal. Su filo se prueba sobre la yema del
pulgar, y la sensación sutil indica su finura sin filván. Con la uña se aprecia
el temple, y golpeando de plano es ofensivo. En el saludo se suele amagar y
basta llevar la mano al mango, como se chista al perro demasiado guardián.
Bien manejado
puede apenas rasgar la epidermis, y hay una clase consumada de destreza que
consiste en tatuar al adversario como a un esclavo, es ponerle una marca como a
la hacienda, que quiere decir vasallaje sin manumisión posible.
El mérito del
cuchillo está en la punta, lo mismo que en el florete; pero no termina allí. El
florete es sólo un punto; el cuchillo está en el ápice, mas sigue a lo largo de
la hoja. El golpe de filo, el hachazo, indica indulgencia o desprecio, y es así
como hiere el peón al patrón y el gaucho al extranjero. Es también el golpe del
caballero al hombre pobre que va a pie.
Es un texto excelente
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