Lecturas tangenciales, el placer de hallar como horizonte de un viaje que supuso un curso principal de lecturas. En sus pequeños cauces se origina el mar: letras como dones, chispazos que auguran el ardor de la belleza, cumpliendo promesas nunca formuladas, pedazos del paraíso perdido, ráfagas de felicidad que justifican remar la arena hasta la luna.

Jorge Pablo Yakoncick

sábado, 28 de enero de 2017

Antonio Berni: COMPOSICIÓN DE UNA ESTÉTICA MILITANTE



Antonio Berni
FIGURA, FONDO E IDEOLOGÍA: COMPOSICIÓN DE UNA ESTÉTICA MILITANTE

“La lucha se planteará en campos distintos, pero en esencia es la misma. Se trata de un proceso de liberación, problema todavía vigente hoy”, A. B.

Antonio Berni
Antonio Berni nace en Rosario el 14 de mayo de 1905. Es hijo de Napoleón Berni, un sastre italiano de ideología anarquista, y de Margarita Picco, hija de inmigrantes italianos afincados en Roldán. Realiza sus primeros estudios de pintura en el Centre Catalá de Rosario. Luego, entre 1925 y 1930, los continúa en Madrid y París, gracias a las becas que le otorgan el Jockey Club de Rosario y el gobierno de la Provincia de Santa Fe.
Muere el 13 de octubre de 1981, por lo que en su vida atravesó todas las dictaduras argentinas del siglo XX. Conmovido por la violencia de Estado, ejercida al servicio de la explotación capitalista, a lo largo de sus obras dejó testimonio de la miseria social que promueven los gobiernos a fin de conservar y acrecentar los privilegios de los poderosos.

DÉCADA DEL 30:
“En ese momento la dictadura, la desocupación, la miseria, las huelgas, las luchas obreras, el hambre, las ollas populares eran una tremenda realidad que rompían los ojos”, A. B.

Manifestación
En 1930, se produce el primer golpe militar del siglo, dado por el general José Félix Uriburu que derroca a Yrigoyen y asume como dictador. Suspendidas las becas, Berni regresa a la Argentina tras varios años de formación en España y Francia, donde estableció amistad con Louis Aragon y se vinculó a De Chirico y los surrealistas. Corren tiempos de crisis económica y social en el mundo occidental, que requiere un férreo control y la aplicación de medidas que salvaguarden el sistema.
En n 1933, junto a jóvenes artistas rosarinos como Juan Grela, Leónidas Gambartes y Anselmo Piccoli, fundan la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos de Rosario. En 1934 conoce a Siqueiros en Buenos Aires y se inicia en el muralismo, que por sus características intuye inviable en nuestro país, motivo por el que experimenta con grandes telas de arpillera con las que crea murales transportables, para ser colocados en lugares de conflicto.
Desocupados
En esos años funda el Nuevo Realismo, al que adhieren plásticos como Castagnino, Urruchúa y Forner, con el que genera una renovación estética, orientada a la denuncia social y política. De esa época (1934) son sus emblemáticas telas Desocupados y Manifestación, en las que pintó las luchas y aflicciones del movimiento obrero, que había visto desde su infancia rosarina, cuando su padre lo llevara a ver las huelgas portuarias.
Antes de radicarse en Buenos Aires (1936) comienza a viajar por el norte argentino, documentando la vida de los trabajadores.


DÉCADA DEL 40:
“Creo haber contribuido a hacer que se tome conciencia de los graves y acuciantes problemas de la explotación, de las condiciones indignas en que deben vivir el trabajador y su familia en la sociedad burguesa y de muchas otras cosas más”, A. B.

Obrero muerto
En esta década, otro golpe de Estado, la Revolución de 43, pone fin a la “década infame”, derrocando a Ramón Castillo. Se alternarán como dictadores los generales Rawson, Ramírez y Farrell.
Obrero herido
Durante estos años, Antonio Berni viaja por la convulsionada América Latina, palpando la injusticia a la que son sometidos los pueblos de la región. En 1944, junto a Spilimbergo, Castagnino, Urruchúa y Colmeiro, funda el Taller de Arte Mural. En 1945 pinta El Amor en la cúpula de las Galerías Pacífico. En 1949 pinta Obrero Muerto, Obrero Herido y Obrero Encadenado, representaciones de un proletario martirizado que persistirá en su obra y que confronta con el relato del feliz obrero peronista que comenzaba a gestarse en aquellos tiempos.

DÉCADA DEL 50:
“Yo les puse nombre y apellido a una multitud de anónimos, desplazados, niños marginados y mujeres humilladas; y los convertí en un símbolo”, A. B.


A mediados de ésta década, en 1955, la llamada Revolución Libertadora derroca al gobierno de Juan Perón. Los dictadores Grales. Lonardi y Aramburu se alternan en el poder.
Migración
Los hacheros
En los 50, Berni viaja por el interior del país en busca de su paisaje y sus habitantes, descubre entonces la dura existencia de los trabajadores golondrinas y de esos niños de ropas raídas, que retrata y anteceden a Juanito Laguna. Entre 1951 y 1953 pinta los Motivos Santiagueños; entre 1955 a 1956 realiza la serie Chaco. Series en las que muestra la devastación de nuestras riquezas naturales, con las que se enriquece una elite local e internacional, y que a su vez somete a la población nativa a condiciones de servidumbre. De esta época son Los Hacheros, Escuelita Rural, Migración…

DÉCADA DEL 60:
“Juanito Laguna no pide limosna, reclama justicia; en consecuencia pone a la gente ante esa disyuntiva; los cretinos compadecerán y harán beneficencia con los Juanitos Laguna; los hombres y mujeres de bien, les harán justicia”, A. B.

Dos golpes de Estado sacuden esta década: el de 1962, que instaura como presidente a Guido. Y la denominada Revolución Argentina de 1966, que alterna como dictadores a los generales Onganía, Levinston y Lanusse.

Juanito pescando
Hacia fines de 1958 nace Juanito Laguna y unos años después Ramona Montiel. Se trata de un pequeño indigente y una prostituta, personajes con los que desarrollará una peculiar narrativa en la que relata la vida de los desposeídos. Pero también representan una bisagra en su obra, porque con ellos produce un cambio estético fundamental en su carrera. Sin abandonar la técnica tradicional, incorpora nuevos medios expresivos: ensamblados polimatéricos, collages con relieves y experiencias tridimencionales.
Ramona Montiel
En 1961 muestra por primera vez a Juanito en la famosa galería Witcomb, introduciendo en ese ambiente refinado a un chico de las villas de Buenos Aires, realizado con materiales que recoge del lugar: basura.
En 1962 es premiado por sus gabados con el Gran Premio Internacional de la Bienal de Venecia. Lleva veinte obras: diez pinturas, cinco grabados y cinco dibujos. Rompe con la tradición del gabado al utilizar grandes dimensiones, trabajando sobre madera terciada, a la que añade colores y otros materiales. Pero respetando los ámbitos portuario y proletario típicos del mismo.
Ramona Montiel nace en París, a donde Berni viaja tras recibir el premio. En nuestro país será una extranjera, como aquellas prostitutas que fotografió en Pichincha en el año 32, cuando colaboró con el trabajo periodístico de Rodolfo Puiggrós. Mujer de trabajo, costurera como su madre; una heroína moderna, que los hombres usan y ocultan con vergüenza; que enfrenta las tentaciones de la gran ciudad. Para su composición ya no usa desechos industriales, sino objetos de consumo domésticos. Así, el vestido de su casamiento, lo realiza con bandejitas plásticas de torta y para la mantilla de novia utiliza una real.

DÉCADA DEL 70:
“Sí, Dios es argentino, lo han secuestrado, está detenido, lo han torturado y quizás desaparezca”, A. B.

La mayoría silenciosa
El golpe de Estado de esta década se produce en 1976. Es el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, que instala como sucesivos dictadores a los generales Videla, Viola, Galtieri, Nicolaides.
Aeropuerto
Previos al mismo son La Mayoría silenciosa (1972), Juanito Laguna remontando un barrilete (1973).
Ese nefasto año, Berni viajará a Nueva York. Allí retrata la opulencia consumista y el vacío subjetivo predominante en la sociedad de la metrópolis: Aeropuerto (1976), Los Hippies, Promesa de Castidad (1977), Chelsea Hotel (1977)… a la vez que continúa el relato de Juanito: Juanito dormido (1977), Juanito going to de factory (1977) y El sueño de Ramona (1977).

DÉCADA DEL 80:
“Ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de libertad, es no hacer concesiones”, A. B.


Apocalipsis
Cristo en el garaje
De 1980, un año antes de su muerte, son una serie de dibujos que ponen en evidencia la brutalidad con que se impone el control social en el país y el mundo. Del año 1981 son sus series de Cristo en el Garaje, Cristo en el Departamento, y los murales de la capilla del Instituto San Luis Gonzaga de la pequeña ciudad de Las Heras: La Crucifixión, Apocalipsis. Obras en las que denuncia de las condiciones de vida del pueblo argentino.

Subtte. Jorge Rodríguez: LAS CONFESIONES DEL VERDUGO



Subtte. Jorge Rodríguez
LAS CONFESIONES DEL VERDUGO
Diario La Provincia, Santa Fe, 1932. Publicado en Fernando Quesada, “El Primer Anarquista Fusilado”, Ed. Destellos SRL, Buenos Aires, 1974.

El 10 de setiembre de 1930 yo desempeñaba el puesto de oficial de guardia de la Jefatura de Policía de Rosario. Como de costumbre, me retiré ese día de 20 a 22 a cenar a mi domicilio. Mientras tanto, quedó desempeñando mi puesto el capitán Luis M. Sarmiento, comandante de la 5ª Compañía del regimiento 11 de Infantería.
Llegué puntualmente a la hora de relevo, y al entrar en el patio que está frente a la guardia policial del Departamento, el capitán Sarmiento me llamó aparte y me comunicó que por orden del señor Jefe tenía que llevar a cabo la ejecución de un individuo.
Jefatura de Policía de Rosario
Mi capitán –le dije- me gustaría saber de qué clase de delincuente se trata; porque si fuera un ladrón o un delincuente común, me causaría pena y repugnancia tener que cumplir la orden.
Me aclaró, entonces, que se trataba de un anarquista, que había sido sorprendido imprimiendo panfletos incitando al pueblo y a la tropa contra las autoridades que regían el país.
Siendo yo el único oficial presente en la Jefatura, tenía, contra mis sentimientos, y bajo el peso de una gran repugnancia que llevar a cabo la ejecución de un hombre por el solo delito de no pensar como los que gobernaban y amordazaban al país. La ley Marcial, vigente en toda su sangrienta fuerza, hubiera caído sobre mí al negarme a cumplir una orden del servicio. “Insubordinación” era la palabra que me hubiera envuelto en la desgracia y me hubiera llevado, no al lado, sino frente al pelotón de los tiradores.
Cercanos al lugar donde yo acababa de recibir la orden, había un grupo de agentes de policía. En otro grupo, algo más distantes, conversaban varios soldados de la Compañía de Ametralladoras. A esta compañía le había tocado ese día guardia en la Jefatura.
Ignoro si alguien escuchó la conversación en la que se me impartió la orden. Ignoro también quién hizo la designación de los tres soldados ejecutores y del suboficial al mando del pelotón.
El pelotón estaba armado de pistolas Colt únicamente. Yo pregunté si “les haría armar con carabinas”, como correspondía. No sé qué obstáculos existían, por los cuales no se llevaba el arma reglamentaria.
Serían las 22:20 cuando se dio la orden de partir. En el camión celular, donde iba el detenido cuyo nombre ignoraba e ignoré mucho tiempo, subieron los tres soldados, el suboficial de Ametralladoras, un empleado de investigaciones y yo.
En dos automóviles de los cuales uno precedía y el otro seguía al camión, iban el comisario de órdenes, mayor Carlos Ricchieri; el capitán Luis M. Sarmiento; el señor Ángel Benavídez y unos cuatro más, cuyos nombres desconozco. Sólo sé que, en el momento de la ejecución, la presenciaron unas diez personas.
Pelotón policia de Rosario
El trayecto a través de las calles de Rosario fue el siguiente: Moreno, Santa Fe, Dorrego, hasta Ayolas; San Martín, avenida Arijón y, atravesando el puente sobre el arroyo Saladillo, el camino de tierra que conduce hacia el sureste de Pueblo Nuevo.
Unos trescientos cincuenta metros después del puente, y a la izquierda del camino por el cual marchábamos, la segunda compañía del regimiento 11 de Infantería ha construido, cavando la barranca, un “stand” para tiro de fusil ametralladora, que tiene la forma de una U. Cuando el camión llegó allí, el auto que nos precedía ya había hecho alto y los que lo ocupaban nos dieron orden de que nos detuviéramos.
La noche era suavemente fresca, de una luna fuerte, que por momentos ocultaban las nubes. Hasta ese momento no había sentido fuertemente en mí la impresión de la orden que tenía que cumplir. Pero el aspecto triste y desolado de las quebradas de ese lugar, el mirar temeroso e interrogante de los soldados, y el pensar que tendría que apagar una vida en una noche que era más hecha para soñar que para morir, empezaron a influir sobre mí desde el instante en que pisé la tierra, la que iba a ser manchada con la sangre de un obrero…
No conocía ni el nombre ni el aspecto del detenido. Sólo sabía de su delito. Frente al sur se detuvo el camión. Bajaron los tres soldados y el suboficial, colocándose a la izquierda, junto al borde del camino y frente a él.
Desde el grupo de presentes, donde se hallaba mi superior, salió la orden: “¡Haga cargar las armas!”.
-¡Carguen! –dije.
En ese instante, por la escalerilla trasera del camión bajaba el que iba a morir.
Venía con las manos esposadas atrás y cuando sus humildes botines de caña tocaron la tierra que iba a besar su cadáver, halló frente a sí a aquellos a quienes habían dicho: “¡Maten!”. Sintió el ruido de la carga de las pistolas, y entonces yo, que lo tenía a un paso, lo vi abrir los ojos en mirada de asombro, y rápidamente comprender…
Dio un medio paso atrás y, más que hombre le vi erguirse enseguida, morderse el labio inferior como si prefiriera sentir el dolor de su carne mas no el temor. Decididamente dio un paso adelante y, después, ya a paso natural, se dirigió hacia la muerte…
El suboficial lo acompañaba apoyándole suavemente la mano sobre el hombro izquierdo; no se dejó conducir. No dijo una palabra.
Yo iba detrás, a pocos pasos. Desde que lo había visto bajar, en mi frente y en mis ojos sentía que se había posado un velo de extrañeza y de irrealidad. Obraba mecánicamente, llevado hacia donde sentía una orden.
-¡Ahí!... –dijo alguien.
El detenido hizo alto y bruscamente se dio vuelta, quedando frente a mí y al pelotón que yo tenía que comandar.
La luz de la luna, oculta por momentos, caía casi perpendicular. Serían las once de la noche.
Entre él y nosotros había unos nueve metros. De un lado, el valor y la muerte. Del mío, la repugnancia y la vergüenza…
Puente sobre el arroyo Saladillo
Pensé en ese momento por qué ese hombre, que yo desconocía, no sería un enemigo de mi vida, a quien tuviera armado frente a mí, pronto para matar o defenderse. Pensé que cuánto más valor y sangre fría necesitaría frente a él, esposado pero no vencido, que delante de alguien que pudiera matar. No quise prolongar la valiente agonía de ese hombre.
El suboficial se retiró hacia el pelotón; antes de que llegara a mí, yo ordené:
-“¡Apunten!”...
Entonces el reo giró la cabeza hacia la izquierda, y mirando con odio al grupo que presenciaba la ejecución, y que estaba a unos quince metros de él, gritó:
-“¡Viva la anarquía!” –con un pronunciado acento catalán.
Su voz era templada. Yo no vi temor.
-“¡Fuego!” –ordené sin ver ya nada. Tres tiros.
Doblando las rodillas, se inclinó lentamente hacia adelante, entre gemidos sordos, y comenzó a girar sobre sí mismo y hacia el lado derecho. No caía, y no quise prolongar su segunda agonía de la carne, y sin mirar ni apuntar, hice fuego hacia él. Dos soldados más, sin saber, hicieron fuego también.
Porque por apresurar el instante, y acortar el dolor de ese hombre, yo hice las cosas tan nerviosamente, que me olvidé de mandar: “Alto el fuego”.
Al sentir la segunda descarga, volví en mí y mandé:
-“¡Alto el fuego! ¡Colocar el seguro!”.
El ejecutado, mientras tanto, sobre quien cayó la segunda descarga, había redoblado, al recibirla, su segundo gemido de dolor; encogiéndose más y más, completó tres cuartos de vuelta sobre sí mismo y cayó para siempre, pecho en tierra, la cara aplastada sobre ella.
Salí al frente del pelotón hasta colocarme a unos dos pasos del caído, que aún temblaba sobre el polvo, pero ya sin gemir. Sin mirar casi, tiré.
Parece que no di en él, porque sentí una voz que me dijo:
-“¡A la cabeza!”
Entonces tiré de nuevo, e instantáneamente el reo quedó inmóvil. Inmóvil para siempre…
Fui hasta mi capitán y le dije:
-“¡He cumplido la orden!”.
Todos nos acercamos entonces hasta donde estaba el cadáver del que había sido Joaquín Penina, y alguien dijo:
-“¡Fue un valiente hasta último momento!”.
Fotos ficha policial de Joaquín Penina
Allí pude ver bien, ya muerto, a su tipo; vestía pobremente. Zapatos de caña; pantalón, no sé si de fantasía a marrón oscuro, pues la escasa luz de la luna, en ese instante, no permitía distinguir bien. Un saco, también de color oscuro. Era rubio y de estatura pequeña; cabellera desmelenada y cara pálida. Representaba unos 25 ó 26 años.
No sé quién de los del grupo ordenó que se le revisara. De sus bolsillos se sacaron dos o tres galletas marineras muy duras y en parte comidas; un trozo de papel de diario sin ninguna importancia, y un giro de cinco pesetas para su hermano de Barcelona, en España…
El giro no llegó a mis manos ni sé tampoco quién se lo llevó.
Sobre el camino ya esperaba la ambulancia a sangre de la Asistencia Pública. Lo colocamos en la camilla, con dolor, y lo llevamos hasta ella. Al alzarlo hasta el carro-ambulancia, la parte trasera de la camilla chocó con el borde de la entrada de aquél y el cadáver cayó al suelo, haciendo un ruido sordo. Lo volvimos a alzar. En su traje humilde, el polvo se había pegado en su sangre y formaba coágulos de un rojo gris; manchones que plateaba la luna. Empujamos la angarilla y la cortina de la ambulancia se corrió.
Desde ese momento no sé cuál habrá sido el camino que siguió ni la tumba que encontró el cadáver de Joaquín Penina.
Apenas un minuto habría transcurrido desde el momento que bajó del carro celular, hasta que nos halló con su último suspiro.
El camino de vuelta fue largamente silencioso. Ya en la Jefatura, interrogué a los soldados sobre la emoción que habían sentido y traté de hacerles olvidar. Por mi parte, no podía olvidar los instantes de doloroso deber que habíamos tenido que pasar. Dos soldados callaban y sonreían nerviosamente; el tercero, se notaba que estaba dominado por una profunda impresión. Días después, en el cuartel, me dijeron que, recordando, lloraba…
A mí, personalmente, y fuera de la extraña y dura impresión que me había producido el tener que ser el ejecutor obligado de tal crimen, un detalle me emocionó hondamente: el de haber encontrado entre sus ropas ese giro de ¡cinco pesetas para un hermano!...
En los días posteriores, traté de averiguar el nombre del ejecutado, y ni en la misma Jefatura de Policía supieron, o no quisieron decírmelo. Y yo quería saberlo, para pagar en ese hermano pobre de España, la muerte del hermano idealista bajo las balas de la patria.
Sólo cerca de dos meses después, un amigo me dijo el nombre del ejecutado: Joaquín Penina. Pero, hasta hoy no he podido saber el domicilio del hermano español.
No oficialmente, supe también que en el domicilio de Penina se habían encontrado grandes cantidades de libros de tendencia avanzada, que se llevaron en camión a la Jefatura de Rosario, donde, creo, ¡se les prendió fuego!...