Henry David
Thoreau
APOLOGIA DEL CAPITAN JOHN BROWN
Discurso pronunciado en Concord el 30 de octubre de 1859.
Henry David Thoreau |
Confío en que me perdonen por estar aquí. Preferiría no tener que forzarles
a oír mis ideas, pero creo que no tengo más remedio. A pesar de lo poco que sé
del Capitán Brown quisiera intervenir con el fin de corregir el tono y las
afirmaciones de los periódicos y de mis compatriotas en general, con respecto a
su carácter y a sus acciones. No nos cuesta nada ser justos. Al menos podemos
expresar nuestra simpatía y admiración por él y sus compañeros y eso es lo que
me propongo hacer.
Me referiré primero a su historia. Procuraré omitir, dentro de lo posible,
lo que ustedes ya han leído. No es preciso que les describa su físico, ya que
la mayoría de ustedes probablemente lo han visto y no lo olvidarán en mucho
tiempo. He sabido que su abuelo, John Brown, era un oficial de la Revolución,
que él nació en Connecticut a principios de Siglo y que de muy joven se
trasladó con su padre a Ohio. Le oí decir que su padre era un contratista que
suministraba carne al ejército en la guerra de 1812, que le acompañaba al
campamento y le ayudaba en su trabajo, lo cual le enseñó mucho de la vida
militar -tal vez mucho más que si hubiera sido soldado, porque siempre estaba
presente en las reuniones de los oficiales-. Su experiencia le enseñó sobre
todo cómo se abastece y mantiene a los ejércitos en el campo de batalla, un
trabajo que, según su opinión, requiere tanta experiencia y destreza como la
propia estrategia de la lucha. Decía que son muy pocas las personas que tienen
conciencia del coste, incluso del coste pecuniario que supone lanzar un solo
cañonazo en la guerra. De este modo, vio lo suficiente como para hacerle
rechazar la vida militar e incluso le incitó a aborrecerla hasta tal punto que
aunque le tentó una oferta de un pequeño empleo en el ejército, cuando tenía
dieciocho años, no sólo lo rechazó sino que se negó a hacer el servicio militar
cuando le llamaron a filas, y le multaron por ello. Entonces decidió que nunca
tendría nada que ver con una guerra, a no ser que fuera una guerra en favor de
la libertad.
Cuando empezaron las revueltas de Kansas, envió allí a varios de sus hijos
para apoyar al partido de los «Free State men» equipados con las armas que pudo
conseguir y les dijo que si los enfrentamientos se incrementaban y le
necesitaban, se uniría a ellos para socorrerlos con sus manos y sus consejos.
Así lo hizo, como ya sabéis, y fue su contribución más que la de ningún otro,
la que llevó la libertad a Kansas.
Durante una época de su vida fue agrimensor y luego estuvo algún tiempo
dedicado al comercio de lana y viajó a Europa como agente de este negocio.
Allí, como en todas partes, se mantuvo alerta e hizo observaciones muy
originales sobre todo lo que vio. Decía, por ejemplo, que había visto por qué
la tierra era tan fértil en Inglaterra y en Alemania (creo recordar) tan pobre,
y pensó en escribir a algunos miembros de la realeza al respecto. La razón era
que en Inglaterra los campesinos vivían en las tierras que trabajaban, mientras
que en Alemania se les recogía de noche por distintos pueblos. Es una pena que
no haya escrito un libro con sus observaciones.
Debo decir que fue un hombre anticuado debido a su absoluto respeto a la
Constitución y a su fe en la estabilidad de esta Unión. Consideró la esclavitud
como algo totalmente opuesto a ambas, y fue siempre su enemigo.
Fue un campesino de Nueva Inglaterra por nacimiento y ascendencia hombre de
gran sentido común, decidido y práctico como los de su clase pero con esas
cualidades multiplicadas por diez. Fue como el mejor de los que se reunieron en
Concord Bridge, en Lexington Common y en Bunker Hill, pero más firme y de
principios más elevados que los de cualquier otro que hubiera estado allí. No
le convirtió ningún predicador de la abolición. Ethan Allen y Stark, con
quienes se le compara en ciertos aspectos, fueron luchadores en un campo mucho
menos importante. Ellos podían enfrentarse con valor a los enemigos de la
patria, pero él tuvo el valor de enfrentarse a su propia patria cuando actuaba
erróneamente. Un escritor del Oeste dice, al contar su huida de tantos
peligros, que se ocultaba bajo un «traje de campesino», como si en esas tierras
de llanuras lo apropiado fuera que un héroe se vistiera con un traje de ciudad.
No se educó en una Universidad llamada Harvard, buena y antigua Alma Mater
como es. No se alimentó de
la papilla que allí se elabora. Como él solía decir:
No sé más gramática que uno de vuestros terneros». Se educó en la gran
Universidad del Oeste, donde asiduamente acometió el estudio de la Libertad,
por la cual había mostrado una temprana afición. Y, tras obtener diversos
diplomas, finalmente comenzó su actividad pública de Humanidades en Cansas,
como todos sabéis. Esas eran sus humanidades y no el estudio de la gramática.
Habría colocado un acento del griego al revés pero ayudado a levantarse al
hombre caído.
John Brown 1859 |
Pertenecía a ese grupo del que se dicen muchas cosas pero del que la
mayoría de las veces, no sabemos nada en absoluto: los puritanos. Matarle sería
inútil. Murió al final de la época de Cromwell, pero reapareció aquí. ¿Por qué
no? Se dice que algunos puritanos han venido aquí y se han establecido en Nueva
Inglaterra. Era un grupo que hacía algo más que celebrar el día de la llegada a
Plymouth de sus antepasados, y comer maíz tostado en recuerdo de esa fecha. No
eran ni Demócratas ni Republicanos sino tan sólo hombres de costumbres
sencillas, rectos y devotos; no confiaban en los gobernantes que no temían a
Dios, no hacían demasiadas concesiones y no se dedicaban a la política.
«En su campamento», como alguien ha escrito recientemente, y como yo mismo
le he oído afirmar «no permitía la blasfemia, no toleraba la presencia de
hombres de moral dudosa, a no ser, por supuesto, como prisioneros de guerra.
'Preferiría' -dijo- 'tener la viruela, la fiebre amarilla y el cólera todos a
la vez en mi campamento, antes que un hombre sin principios... Es un error el
que cometen los nuestros cuando creen que los matones son los mejores
combatientes o que son los adecuados para enfrentarse a los del Sur. Dadme
hombres de principios, hombres temerosos de Dios, orgullosos de sí mismos y con
una docena me enfrentaré a otros cien de esos rufianes de Buford'». Dijo
también que si se le presentaba un soldado bajo su mando que alardeara de lo
que haría o podría hacer en cuanto pusiera sus ojos sobre el enemigo,
depositaría muy poca confianza en él.
Jamás pudo conseguir más de veinte reclutas que tuvieran su aprobación y
sólo una docena, entre ellos sus hijos, contaban con su plena confianza. Cuando
estuvo aquí hace varios años, mostró a unos cuantos un pequeño libro manuscrito
-su «libro de ordenanzas» creo que le llamaba- donde figuraban los nombres de
los miembros de su compañía en Kansas y las normas a las que se sometían todos,
y añadió que varios de ellos incluso las habían sellado con su sangre. Cuando
alguien le señaló que con la incorporación de un capellán se convertiría en una
tropa perfectamente Cromwelliana, contestó que le hubiera gustado contar con un
capellán en la lista si hubiera encontrado uno que fuera capaz de cumplir su
misión satisfactoriamente. Es muy fácil hallar uno que sirva en el ejército de
los Estados Unidos. De todos modos, en su campamento tenían oraciones de mañana
y tarde, según creo.
Fue un hombre de costumbres espartanas, y a los sesenta años era muy
escrupuloso con su dieta incluso fuera de casa, y se excusaba diciendo que
debía comer frugalmente y hacer mucho ejercicio, como corresponde al soldado o
a cualquiera que se prepare para empresas difíciles y lleve una vida
arriesgada.
Hombre de gran sentido común y de claridad de expresión y acción, un
trascendentalista ante todo, un hombre de ideas y de principios, eso era lo que
más le caracterizaba. Sin rendirse al capricho del impulso fugaz sino
persiguiendo toda su vida un mismo propósito. Me di cuenta de que nunca
exageraba sino que hablaba dentro de los límites de la razón. Recuerdo en
especial, cómo en el discurso que pronunció aquí, se refirió a lo mucho que su
familia había sufrido en Kansas, pero sin dar rienda suelta a su furia
contenida. Era como un volcán con la chimenea de una casa normal. Refiriéndose
a los ataques de ciertos rufianes de la frontera dijo, cortando rápidamente su
discurso, como un soldado con experiencia que hace acopio de valor y de fuerza:
«Tenían perfecto derecho a ser colgados». Nunca fue un orador retórico, no
hablaba con Buncombe o con sus electores en ninguna ocasión, no necesitaba
inventar nada, simplemente decía la verdad y transmitía su propia firmeza; así
es como conseguía parecer incomparablemente fuerte y la elocuencia en el
Congreso o en cualquier otra parte tan sólo le hubiera restado valía.
Eran como los discursos de Cromwell al lado de los de cualquier rey.
Por lo que se refiere a su tacto y prudencia, tan sólo diré que en una
época en que nadie de los Estados Libres podía llegar a Kansas por un camino
directo, por lo menos sin que se le despojara de sus armas, él, equipado con
rifles y otras armas poco adecuadas que pudo conseguir, condujo un carro
lentamente y sin ninguna protección a través de Missouri, aparentando ser un
agrimensor con su teodolito bien a la vista, y así pasó sin sospechas y tuvo la
oportunidad de conocer la situación del enemigo. Continuó ejerciendo esta
profesión algún tiempo después de su llegada. Por ejemplo, cuando veía un grupo
de enemigos en el campo discutiendo por supuesto sobre el único tema que les
obsesionaba entonces, él cogía su brújula y con uno de sus hijos procedía a
trazar una línea imaginaria por el preciso lugar en que se estaba celebrando la
reunión y cuando se acercaba a ellos hacía una pausa con naturalidad y charlaba
con ellos para enterarse perfectamente de las últimas noticias y de todos sus
planes. Tras completar su estudio real recogía sus instrumentos y seguía con el
imaginario hasta que se perdía de vista.
Cuando expresé mi sorpresa de que pudiera vivir en Kansas, donde habían
puesto precio a su cabeza y tenía tantos enemigos, incluyendo a las
autoridades, él lo explicaba diciendo: «Es perfectamente lógico que no me
cojan». Durante varios años pasó la mayor parte del tiempo oculto en las
ciénagas, sufriendo una absoluta pobreza y enfermo a causa de su vida a la
intemperie, ayudado sólo por los indios y unos pocos blancos. Pero aunque se
supiera que estaba escondido en una determinada ciénaga, sus enemigos no se
atrevían a ir a buscarlo. Incluso podía ir a cualquier ciudad donde hubiera más
«Border Ruffians» que «Free State men» y hacer algún recado sin entretenerse
demasiado, y nadie le molestaba porque, como él decía: «un simple puñado de
hombres no se atrevía a acometer tal empresa y un grupo grande no se podía
reunir a tiempo»
No conocemos las razones de su reciente fracaso. Evidentemente no se trató
de una tentativa insensata y desesperada. Su enemigo, Mr. Vallandigham se ve
obligado a confesar que «fue una de las conspiraciones mejor planeadas y
llevadas a cabo que jamás haya fracasado».
Pero había que mencionar sus otros muchos éxitos. ¿Acaso fue una derrota o
una muestra de mala organización librar de la esclavitud a una docena de seres
humanos y guiarlos a plena luz del día durante semanas, e incluso meses, a paso
lento, de un Estado a otro por todo el Norte? Todos sabían por donde andaba,
tenía precio puesto a su cabeza, pero así y todo entró en un juzgado y contó lo
que estaba haciendo y logró convencer a Missouri de que no les beneficiaba
tratar de mantener esclavos cerca de donde él viviera. Y esto no sucedía porque
los servidores del gobierno fueran indulgentes, sino porque le tenían miedo.
Sin embargo, él nunca atribuía sus victorias tontamente, ni a su buena
suerte, ni a ninguna clase de magia. Decía, y con razón, que si tanta gente se
amedrentaba ante él, era porque carecían de una causa, una especie de escudo
que nunca les faltó ni a él ni a su grupo. Llegado el momento de la verdad, muy
pocos hombres se mostraban dispuestos a entregar sus vidas en defensa de algo
que sabían injusto. No les gustaba que ése pudiera ser su último acto en este
mundo.
Esclavos posando con capataz |
Pero apresurémonos para llegar a su último golpe y sus consecuencias.
Los periódicos parecen ignorar, o tal vez realmente ignoren, el hecho de
que hay al menos dos o tres personas en cada ciudad por todo el Norte que
piensan lo mismo que éste que os habla respecto a él y a su empresa. No vacilo
en decir que son un grupo importante que va en aumento. Aspiramos a ser algo
más que estúpidos o tímidos esclavos fingiendo que leemos historia y la Biblia,
pero profanando cada casa Y cada día en que vivimos. Tal vez los políticos
ansiosos puedan probar que sólo diecisiete hombres blancos y cinco negros
estaban involucrados en esta empresa última, pero su misma ansiedad por
probarlo debe sugerirles que no está dicho todo. ¿Por qué siguen esquivando la
verdad? Se sienten ansiosos porque son ligeramente conscientes del hecho,
aunque no lo reconozcan con claridad, de que al menos un millón de los
habitantes libres de los Estados Unidos se hubieran alegrado si la empresa
hubiera tenido éxito. Como mucho criticarían el método.
Aunque no llevemos un crespón, pensar en la situación en que se halla este
hombre y su probable destino está amargando a muchos hombres del Norte por
varias razones. Pensar de otra manera, después de haberlo visto aquí,
implicaría estar hecho de una pasta que no me atrevería a calificar. Si hay alguien
que pueda dormir toda la noche yo le garantizaré que es capaz de seguir
engordando en cualquier circunstancia, con tal que no le afecte ni a su piel ni
a su cartera. Yo en cambio, puse papel y lápiz bajo mi almohada, y cuando no
podía dormir escribía en la oscuridad.
En general, mi respeto por mis compañeros, excepto en un caso de entre un
millón, no va en aumento estos días. Me he dado cuenta de la frialdad con que
hablan de este tema la prensa y la gente en general. Parece como si se hubiera
atrapado a un vulgar malhechor, aunque de «valor» fuera de lo común (como
Parece que dijo el Gobernador de Virginia usando la jerga de las peleas de
gallos, «el hombre más bravo que he conocido») y estuvieran a punto de
colgarlo. No era en sus enemigos en quienes pensaba cuando el Gobernador lo
encontraba tan valeroso. Cuando tengo que oír estas observaciones de mis
vecinos, o las oigo comentar, todo en mí se vuelve hiel. Al principio, cuando
oímos que había muerto, uno de mis conciudadanos hizo la siguiente afirmación:
«Murió como muere un idiota», lo cual -y perdonadme- me sugirió por un instante
la semejanza entre él muerto y mi vecino vivo. Otros, de espíritu cobarde,
dijeron menospreciándole que «había desperdiciado su vida» por enfrentarse al
gobierno. ¿De qué modo han desperdiciado ellos sus vidas? Parece como si
elogiaran a un individuo que hubiese atacado él solo a una vulgar banda de
ladrones y asesinos. Oigo que otro pregunta, con un estilo yanqui: «¿Qué gana
con eso? », como si hubiera pretendido llenarse los bolsillos con esta empresa.
Tal sujeto no entiende posible que exista otro tipo de beneficio distinto del
material. Si no nos conduce a una fiesta «sorpresa», si no nos proporciona un
par de botas nuevas o un voto de gracias, debe considerarse un fracaso. «Pero
no va a ganar nada con ello.» Pues no, supongo que no le van a dar un sueldo
durante todo el año por ser ahorcado; pero de este modo tiene la oportunidad de
salvar una parte considerable de su alma -¡y qué alma!- mientras que ellos no.
No hay duda de que en vuestro mercado dan más por un litro de leche que por un
litro de sangre, pero no es ése el mercado al que llevan su sangre los héroes.
Estos hombres no saben que el fruto sale según la semilla, y que en el
mundo de la moral, cuando se siembra buena semilla, es inevitable un buen
fruto, y no depende de nuestro riego y nuestro cultivo; del mismo modo, cuando
siembras o entierras a un héroe en su patria, una cosecha de héroes surgirá sin
duda. Es una semilla de tal fuerza y vitalidad que no necesita nuestro permiso
para germinar.
La carga de la Brigada Ligera en Balaclava, obedeciendo una orden estúpida,
prueba que el soldado es una perfecta máquina, y ha sido celebrada, como era de
esperar, por un poeta laureado; pero la firme y además afortunada carga de este
hombre durante varios años contra las legiones de la Esclavitud, obedeciendo a
un mandato infinitamente superior, es mucho más memorable que esta carga de la
caballería inglesa, del mismo modo que el hombre inteligente y consciente es
superior a la máquina. ¿Creéis que todo esto pasará sin ser proclamado?
«Bien merecido lo tiene.» «Es un hombre peligroso.» «Sin duda es un
demente.» Por tanto proceden a vivir sus sanas, sabias, así como admirables
vidas, leyendo algo de Plutarco pero principalmente parándose ante las proezas
de Putnam, que fue abandonado dentro de la madriguera de un lobo; y de esa
sabiduría se alimentan para poder acometer hazañas valientes y patrióticas
algún día. La «Tract Society» se pudo permitir la publicación de la historia de
Putnam. Deberíais abrir las escuelas del distrito con su lectura, ya que no hay
nada en ella sobre la Esclavitud o la Iglesia, a no ser que le parezca al
lector que algunos sacerdotes son lobos con piel de corderos. «La Junta
Americana de Delegados para las Misiones Extranjeras» podría incluso atreverse
a protestar contra ese lobo. He oído hablar de Juntas y de Juntas americanas,
pero da la casualidad de que nunca he oído hablar de este barullo en concreto,
hasta hace muy poco. Y además he sabido que hombres y mujeres y niños del
Norte, familias enteras, se hacen socios de por vida de tales sociedades.
¡Socio de por vida de una tumba! ¡Imposible conseguir un funeral más barato!
Nuestros enemigos están entre nosotros, a nuestro alrededor. Difícilmente
se podrá encontrar un hogar que no esté dividido porque nuestro enemigo no es
otro que la ausencia universal de sensibilidad en la cabeza y en el corazón, la
falta de vitalidad en el hombre, que es la consecuencia de nuestro vicio; y de
aquí surgen todos los tipos de miedo, superstición, fanatismo, persecución y
esclavitud. Somos meros mascarones sobre una proa, tenemos hígados en lugar de
corazones. La maldición es adorar a los ídolos, lo cual, a la postre cambia al
adorador mismo en una imagen de piedra; y no olvidemos que el hombre de Nueva
Inglaterra es tan idólatra como el hindú. En cambio este hombre fue una
excepción, porque no levantó ni siquiera un ídolo político entre él y su Dios.
¡Una iglesia que mientras exista no dejará de excomulgar a Cristo! ¡Abajo
con vuestras iglesias anchas y bajas y vuestras iglesias estrechas y altas! Dad
un paso adelante e inventad un nuevo estilo de retretes. Inventad una sal que
os salve y proteja nuestro olfato.
El cristiano moderno es un hombre que ha conseguido recitar todas las
plegarias de la liturgia, con tal que se
le deje después ir derecho a la cama y
dormir en paz. Todas sus oraciones empiezan con: «Ahora me acuesto a dormir», y
siempre está esperando el momento de ir a su «descanso eterno». Ha consentido
también, hasta cierto punto, en llevar a cabo ciertas caridades de viejo uso,
pero no quiere oír hablar de ninguna de nueva instauración; no quiere tener
ningún artículo suplementario añadido a su contrato, para adaptarlo a los
nuevos tiempos. Muestra el blanco de sus ojos el domingo y el negro el resto de
la semana. El mal no es sólo una parálisis de la sangre sino también del
espíritu. Sin duda alguna, muchos de ellos tienen buena intención pero son
perezosos por naturaleza y por hábito, y no pueden concebir que un hombre se
mueva por motivos más elevados que los suyos. En consecuencia, declaran a este
hombre demente porque saben que en toda su vida ellos mismos nunca podrían
comportarse como él.
Esclavos cosechando algodón |
Soñamos con países extraños, con otras épocas y otras razas, situándolos en
el tiempo y en el espacio; pero deja que nos ocurra algún suceso importante
como el presente y descubriremos la distancia y el desconocimiento que media
entre nosotros y nuestros vecinos más próximos. Ellos son nuestras Austrias,
nuestras Chinas y nuestras Islas del Mar del Sur. Nuestra sociedad amontonada,
abre espacios de repente, es limpia y hermosa a la vista; una ciudad de grandes
distancias. Esa es la razón por la que hasta ahora nunca hablamos pasado de los
cumplidos y de un trato superficial con los demás. De pronto nos hacemos
conscientes de que hay tantos kilómetros entre ellos y nosotros como entre un
tártaro vagabundo y una ciudad china. El hombre reflexivo se convierte en un
ermitaño en medio del bullicio del mercado. Mares impracticables se interponen
de repente entre nosotros o mudas estepas se extienden ante nosotros. Es la
diferencia de manera de ser, de inteligencia y de fe, y no los arroyos y las
montañas los que originan auténticos e intransitables límites entre los individuos
y entre los Estados. Únicamente los que piensan igual que nosotros pueden
acudir con pleno derecho a nuestra corte.
He leído todos los periódicos que pude conseguir la semana siguiente a este
suceso, y no recuerdo que hubiera entre ellos una sola expresión de simpatía
hacia este hombre. Desde entonces he leído una sola afirmación sensata y era en
un periódico de Boston y no en el editorial. Algunos periódicos de gran
extensión decidieron que no se imprimiría el informe completo de las palabras
de Brown, para no excluir otros temas. Fue como si el editor hubiera rechazado
el manuscrito del Nuevo Testamento para publicar el último discurso de Wilson.
El mismo periódico que incluía esta noticia tan valiosa se dedicaba
esencialmente, en columnas paralelas, a los informes de las convenciones
políticas que se estaban celebrando. La comparación producía vértigo. Debieron
haber evitado el contraste y haberlo publicado como un extra, al menos. ¡Pasar
de las palabras y los hechos de hombres serios al cacareo de las convenciones
políticas! ¡Candidatos a puestos públicos y habituales del discurso que carecen
de toda honestidad y además de ser un fraude se permiten presumir! Su gran
juego es el juego de las pajas, o mejor ese juego aborigen universal de los
dados con el cual los indios exclamaban ¡hub, hub! Excluid los informes de las
convenciones políticas o religiosas y publicad las palabras de un hombre vivo.
Pero no me opongo tanto a lo que han omitido como a lo que han publicado.
Incluso el Liberator lo calificó de «un esfuerzo equivocado, salvaje y
aparentemente loco». Por lo que respecta a la caterva de periódicos y revistas,
da la casualidad que no conozco a ningún director en todo el país que publique
deliberadamente algo que sabe que a la larga, le disminuirá permanentemente el
número de subscriptores. No lo consideran ventajoso. ¿Cómo van a publicar la
verdad? Si no les decimos las cosas que les agradan -argumentan- nadie nos hará
caso. Por tanto hacen lo que algunos vendedores ambulantes que cantan canciones
obscenas para hacerse con la muchedumbre en torno suyo. Los redactores
republicanos, obligados a tener terminadas sus columnas para la edición de la
mañana y acostumbrados a verlo todo bajo el prisma de la política, no muestran
admiración, ni siquiera un sincero pesar, sino que llaman a estos hombres
«fanáticos capciosos», «hombres equivocados», «dementes» o «locos». Esto nos
sugiere qué clase de cuerdos redactores nos protege, no son «hombres
equivocados», saben muy bien al menos de qué lado se les unta el pan.
Un hombre realiza un acto valiente y humano y de repente, por todas partes
oímos gente y partidos que declaran: «Yo no lo hice, y de ningún modo lo animé
a él a hacerlo. No es justo que se deduzca tal cosa de mi trayectoria»; por lo
que a mí respecta, no tengo interés en oírles definir su posición. No creo
haberlo tenido antes, ni creo que lo tendré nunca. En mi opinión esto no es más
que puro egoísmo o impertinencia en estos momentos. No necesitáis tomamos
tantas molestias en ¡avaros las manos respecto a él. Ningún ser inteligente
creerá nunca que él tuviera algo que ver con vosotros. El mismo dijo que
siempre hizo y deshizo «bajo los auspicios de John Brown y de nadie más». El
partido Republicano no se da cuenta del número de personas que debido a este
fallo tratarán de acertar mejor en su voto en el futuro. Han captado los votos
de Pennsylvania & Co., pero no han conseguido el voto del Capitán Brown.
Les ha arrebatado el viento de las velas -el poco viento que tenían- y ahora se
han quedado estancados y reparan sus averías.
¡Y qué si no se suma a nuestra banda! ¡Aunque no aprobéis su método o sus
principios, reconoced su magnanimidad! ¿No aceptaréis vuestra afinidad con él
en este tema aunque no se asemeje a vosotros en ninguna otra cosa? ¿Acaso
teméis perder vuestra reputación? Lo que perdisteis por el espiche lo ganaréis
por la piquera.
Si no están de acuerdo con todo esto, entonces no dicen la verdad y no
dicen lo que piensan. Simplemente continúan con sus viejos trucos.
«Siempre se admitió que era» -dice uno que le llama loco- , «un hombre
consciente, muy modesto en su conducta, aparentemente inofensivo hasta que
surgió el tema de la Esclavitud , momento en que exhibió una incomparable
capacidad de indignación».
Barco negrero |
La esclavitud está de camino cargada de víctimas moribundas; se suman
nuevos barcos desde el océano; una pequeña tripulación de traficantes de
esclavos, tolerados por una gran masa de pasajeros, están sofocando a cuatro
millones de esclavos bajo la escotilla, y todavía aseguran los políticos que el
único medio de obtener la liberación es a través de la «pacífica difusión de
sentimientos humanitarios» sin ningún «tumulto». Como si los sentimientos de
humanidad se hallaran alguna vez sin la compañía de los hechos, y vosotros pudierais
dispersarlos, acabar con el orden tan fácilmente como esparcir agua con una
regadera, para asentar el polvo. ¿Qué es lo que oigo arrojar por la borda? Los
cuerpos de los muertos que han logrado su liberación. Este es el modo de
difundir» humanidad, y con ella sus sentimientos.
Directores de prensa eminentes e influyentes, acostumbrados a tratar con
políticos, hombres de un nivel infinitamente más bajo, dicen, en su ignorancia,
que actuó «dejándose llevar por el sentimiento de venganza». Desde luego no conocen
a este hombre. Deben crecer ellos mismos antes de empezar a imaginar cómo es
él. No dudo que llegará el día en que conseguirían verle tal como era. Tienen
que concebirle como hombre de principios religiosos y de fe, y no como a un
político o a un indio, como un hombre que no esperó a que le perjudicaran
personalmente o le frustraran en algún pequeño interés propio, para entregar su
vida en favor de los oprimidos.
Si consideramos a Walker el representante del Sur, me encantaría poder
decir que Brown fue el representante del Norte. Fue un hombre superior. No
valoraba su existencia física tanto como sus ideales. No reconocía las leyes
humanas injustas, sino que se enfrentaba a ellas siguiendo su conciencia. Por
una vez nos encontramos por encima de lo trivial y rastrero de la política, en
la región de la verdad y la hombría. Ningún otro hombre en América se ha
levantado con tanta persistencia y eficacia en favor de la dignidad del género
humano, reconociéndose a sí mismo hombre y por tanto tan válido como cualquiera
de los gobiernos. En este sentido fue más americano que todos nosotros. No
necesitó a ningún abogado charlatán pronunciando falsos discursos para
defenderlo. El pudo con todos los jueces elegidos por los electores americanos,
y con los funcionarios y con cualquier otro sector. No le hubiera podido juzgar
un tribunal de su misma clase, porque no había más personas de su clase. Cuando
un hombre se enfrenta con serenidad a la condena y la venganza de la humanidad,
elevándose literalmente un cuerpo entero por encima de ellos, aunque fuera el
criminal más vil que se hubiese reconciliado consigo mismo, el espectáculo es
sublime. ¿No os habíais percatado vosotros Liberators, vosotros Tribunes,
vosotros Republicans?; y al compararnos con él los criminales somos nosotros.
Haceos a vosotros mismos el honor de reconocerle. El no necesita de vuestro
respeto.
Por lo que se refiere a los periódicos demócratas, no son lo
suficientemente humanos corno para afectarme. No me indigna nada de lo que
puedan decir.
Soy consciente de que me anticipo un poco, ya que por las últimas noticias,
él está vivo todavía en manos de sus enemigos; pero, a pesar de ello, me he
dejado llevar, al pensar y al hablar, por la idea de que estaba físicamente
muerto.
No me gusta que se erijan estatuas de aquéllos que aún viven en nuestros
corazones y cuyos huesos aún no se han desmenuzado en la tierra cerca de
nosotros, pero preferiría ver la estatua del capitán Brown en el patio del
State-House de Massachusetts antes que la de cualquier otro hombre conocido. Me
congratulo de vivir en estos tiempos, de ser contemporáneo suyo.
Qué contraste cuando nos volvemos hacia ese partido político que está tan
ansioso de quitárselo de en medio, a él y a su conspiración, y busca por todas
partes un dueño de esclavos disponible que figure como candidato, uno que al
menos haga cumplir la «Ley de Esclavos Fugitivos» y todas las demás leyes
injustos contra las cuales él levantó sus armas con el fin de anularlas.
¡Demente! ¡Un padre y seis hijos y un nieto y varios otros hombres -al
menos en número de doce- todos afectados de demencia al mismo tiempo; mientras
que un tirano cuerdo, sujeto con más tenacidad que nunca a sus cuatro millones
de esclavos, y mil directores de prensa cuerdos, sus instigadores, están salvando
al país y su pan! Igual de dementes fueron sus esfuerzos en Kansas. Preguntad
al tirano quién es su enemigo más peligroso; ¿el hombre cuerdo o el demente?
¿Acaso los miles que le conocen bien, que se han regocijado con sus hazañas en
Kansas y le han proporcionado ayuda material allí, le consideran un demente?
Semejante uso de esta palabra es un simple tropo en boca de muchos que
persisten en emplearlo, y no me cabe duda de que el resto ya se ha retractado
de sus palabras en silencio.
¡Leed sus admirables respuestas a Mason y a otros! ¡De qué modo quedan
ellos ridiculizados y derrotados! Por un lado preguntas medio torpes, medio
tímidas; por el otro, la verdad, clara como la luz estrellándose contra sus
sienes obtusas. Están hechos para figurar junto a Pilatos y Gessier y la
Inquisición. ¡Qué ineficaces sus palabras y sus acciones!, ¡y qué vacíos sus
silencios! No son más que herramientas inservibles a esta gran empresa. No fue
ningún poder humano el que les congregó en torno a este predicador.
¿Para qué han enviado a Massachusetts y al Norte a unos cuantos cuerdos
representantes del Congreso,
estos últimos años?, ¿para declarar con todas sus
fuerzas cuáles son sus sentimientos? Todos sus discursos juntos y reducidos a
la más simple expresión -probablemente ellos mismos lo confiesen así- no
alcanzan la rectitud y la fuerza propias de hombres, y en vez de la verdad
simple, hacen alusiones casuales al loco de John Brown en la sala de máquinas
en Harper's Ferry, a ese hombre que estáis a punto de ahorcar, de enviar al
otro mundo, aunque allí no será vuestro representante. No, no ha sido
representante nuestro en ningún sentido. Fue una clase de hombre demasiado
justo para representar a seres como nosotros. ¿Quiénes, pues, fueron sus
electores? Si leéis sus palabras con atención lo descubriréis. En su caso no
hay elocuencia hueca ni discursos elaborados o artificiosos, no halaga al
opresor. Le inspira la verdad, y la seriedad pule sus afirmaciones. No le
importaba perder sus rifles Sharps mientras le quedara la facultad de hablar,
que es un rifle Sharps de una infinita mayor seguridad y alcance.
Asalto a la fábrica de armas Harper's Ferry |
¡Y el New York Herald publica la conversación verbatim! Esa publicación
ignora que se ha convertido en vehículo de unas palabras inmortales.
No siento ningún respeto por la perspicacia de cualquiera que, después de
leer esa conversación, aun insista en que es la palabra de un loco. Suena con
una mayor cordura de la que pueden proporcionar una disciplina normal y los hábitos
de vida organizados y seguros. Extraed cualquier frase: «Toda aquella pregunta
que pueda contestar con sinceridad la contestaré así y no de otro modo. En lo
que a mí respecta, he hablado con total veracidad. Señores, yo valoro mi
palabra». Esos que le reprochan su espíritu de venganza, mientras que lo cierto
es que valoran su heroísmo, carecen de capacidad para reconocer a un ser noble,
y no poseen mineral alguno que cambiar por su oro puro. Lo mezclan con su
propia escoria.
Es un alivio pasar de estos difamadores al testimonio de sus carceleros y
verdugos que, aunque amedrentados, son más veraces. El Gobernador Wise habla de
él con mucha más justicia y aprecio que cualquier periódico del Norte, político
o personaje público del que yo haya tenido noticia. Creo que no os importará
oír sus palabras acerca de este tema. Dice: «Se engañan a sí mismos los que le
consideran loco... Es frío, sosegado e indómito y es justo decir de él que fue
humanitario con sus prisioneros... Y me inspiró una gran confianza como hombre
de bien. Es un fanático, vanidoso y locuaz» (no hago mías estas palabras de Mr.
Wise), «pero firme, sincero e inteligente. Sus hombres, los que sobreviven,
también son así... el Coronel Washington dice que fue el hombre más frío y
tenaz que conoció, cuando se trataba de desafiar el peligro y el hambre. Con
uno de sus hijos muerto a su lado y otro herido de bala, le tomaba el pulso a
su hijo agonizante con una mano y con la otra sujetaba su rifle y mandaba a sus
hombres con gran serenidad, animándoles a mantenerse firmes y a vender sus
vidas tan caras como les fuera posible. De los tres prisioneros blancos, Brown,
Stevens y Coppoc, sería difícil decir quién mostraba más entrega».
¡Casi el primer ciudadano del Norte que ganó el respeto del dueño de
esclavos!
El testimonio de Mr. Vallandigham, aunque menos valioso, sigue en la misma
línea; dice que «es estúpido menospreciar a este hombre o a su conspiración...
El es lo opuesto a un rufián, un fanático o un loco».
«Sin novedad en Harper's Ferry» -dicen los periódicos-. ¿De qué clase es
esa calma que persiste cuando la ley y los dueños de esclavos triunfan? Yo
considero este suceso como una piedra de toque diseñada con el fin de
descubrirnos, con absoluta claridad, la naturaleza de este gobierno.
Precisábamos de una ayuda como ésta para verlo a la luz de la historia. Debería
verse a sí mismo. Cuando un gobierno utiliza todo su poder en proteger la
injusticia, como hace el nuestro, sosteniendo la esclavitud y matando a los
libertadores del esclavo, se está comportando como una fuerza bruta, o peor,
como una fuerza demoníaca. Es la cabeza de los «Plug Uglies». Ahora es más
manifiesto que nunca que la tiranía gobierna. Veo que este gobierno se ha
aliado de hecho con Francia y Austria para reprimir a la humanidad. En él se
sienta un tirano sujetando las cadenas de cuatro millones de esclavos; aquí
viene su heroico libertador. Este gobierno hipócrita y diabólico, levanta la
vista sobre los cuatro millones jadeantes y pregunta desde su escaño, adoptando
un aire de inocencia:» ¿Por qué me atacáis? ¿No soy acaso un hombre honrado?
Dejad de agitaros por este tema u os convertiré en esclavos u os colgaré.
Estamos hablando de un gobierno representativo; pero, ¿qué monstruo de
gobierno es ése en el que las facultades mentales más nobles y todo el corazón
no están representados? Se trata de un tigre semihumano o de un buey que avanza
con paso majestuoso sobre la tierra, con el corazón arrancado y la tapa del
cráneo levantada de un tiro. Los héroes han luchado valientemente desde sus
trincheras incluso después de que las balas alcanzaran sus piernas, pero nunca
se ha oído que un gobierno de tales características hiciera algo bueno.
El único gobierno que reconozco -y no importa que tenga pocas personas a la
cabeza o que tenga un ejército pequeño- es el poder que establece la justicia
en su territorio, nunca el que establece la injusticia. ¿Qué pensaremos de un
gobierno para el que todos los hombres realmente valientes y honrados de su territorio
son enemigos que se interponen entre él y aquéllos a los que oprime? ¡Un
gobierno que alardea de ser cristiano y crucifica a un millón de Cristos cada
día!
¡Traición! ¿Dónde se origina semejante traición? No puedo evitar pensar en
vosotros como os merecéis, en vosotros, gobiernos. ¿Podéis secar las fuentes
del pensamiento? La alta traición, cuando no es sino resistencia a la tiranía
de aquí abajo, tiene su origen y está inspirada por el poder que crea y recrea
al hombre. Cuando hayáis capturado y colgado a todos esos rebeldes humanos, no
habréis conseguido nada excepto vuestra propia culpabilidad, ya que no habréis
extirpado las raíces. Dais por sentado que os enfrentáis con un enemigo al que
no apuntan los cadetes de West Point ni los cañones. ¿Puede todo el arte del
fundidor del cañón hacer que la materia se vuelva contra su creador? ¿Es la
forma en que el fundador quiere forjarlo más importante que la materia que
constituye al cañón y a él mismo?
Los Estados Unidos tienen una cantidad de esclavos que suma cuatro
millones. Este país está decidido a mantenerlos en esas condiciones y
Massachusetts es uno de los superintendentes confederados que debe evitar su
huida. No piensan así todos los habitantes de Massachusetts, pero sí al menos
los que mandan y los que obedecen. Fue Massachusetts junto con Virginia quien
sofocó esta insurrección de Harper's Ferry. Tras enviar allí a los soldados
deberá pagar el castigo por su pecado.
Suponed que exista en este Estado una sociedad que, de su propio bolsillo y
por su magnanimidad, salve a todos los esclavos fugitivos que acuden a
nosotros, proteja a nuestros conciudadanos de color y deje el resto del trabajo
al así llamado, gobierno. ¿No te supondría eso perder rápidamente sus funciones
de gobierno y hacerse despreciable para la humanidad? Si algunas sociedades
privadas se ven obligadas a llevar a cabo las tareas del gobierno para proteger
a los débiles y hacer justicia, entonces el gobierno se convierte tan sólo en
un asalariado, un empleado para desempeñar servicios mínimos o sin
trascendencia. Por supuesto, un gobierno que precisara un Comité de Vigilancia,
no sería sino la sombra de un gobierno. ¿Qué pensaríamos incluso del Cadi
oriental, tras el cual funcionase en secreto un Comité de Vigilancia? Y, hasta
cierto punto, estos gobiernos desquiciados reconocen y aceptan esa relación. En
la práctica, vienen a decir: «Nos alegrará trabajar por vosotros con esas
condiciones, con tal de que no se publique demasiado». Y así el gobierno, con
el sueldo asegurado, se retira a la trastienda llevándose la Constitución y
dedica la mayor parte de su esfuerzo a repararla. A veces, cuando oigo decir
tales cosas en el trabajo, me acuerdo, en el mejor de los casos, de esos
labradores que maquinan el modo de sacar algún dinero extra en invierno
dedicándose al negocio de los barriles. ¿Y qué bebida alcohólica almacena ese
barril? Especulan en la bolsa y hacen agujeros en las montañas, pero no tienen
la capacidad de construir siquiera una carretera decente. La única carretera
libre la «Underground Railroad», es propiedad del Comité de Vigilancia y él la
administra. Ellos han cavado galerías a lo largo de toda esta tierra. Semejante
gobierno está perdiendo su poder y su respetabilidad con la misma rapidez que
el agua se filtra por una vasija agrietada, pero no se escapa de una en buen
estado.
Últimos momentos de John Brown |
Oigo a muchos que condenan a estos hombres por su número tan reducido.
¿Cuándo estuvieron en mayoría los honrados y los valientes? ¿Hubierais
preferido que su acción se interrumpiera esperando ese momento, hasta que
vosotros y yo nos uniéramos a él? Este mismo hecho de que no tuviera una chusma
o una tropa de mercenarios en torno suyo lo distingue de los héroes corrientes.
Su compañía era reducida porque los dignos de pasar revista eran bien pocos. Allí,
cada hombre que ofrecía su vida por los pobres y los oprimidos era un hombre
elegido, sacado de entre varios miles, millones; un hombre de principios, de
valor poco usual y acendrada humanidad; dispuesto a sacrificar su vida en
cualquier momento por el beneficio de sus hermanos. Yo dudo que hubiera más
hombres de estas características en todo el país (y esto por lo que se refiere
sólo a sus seguidores); respecto al líder, no cabe duda de que barrió todo lo
ancho y largo de estas tierras para incrementar su tropa. Estos fueron los
únicos hombres dispuestos a colocarse entre el opresor y los oprimidos. Fueron
sin duda alguna los mejores que podíais seleccionar para colgarlos. Ese es el
mayor cumplido con que podía pagarles este país. Ellos estaban preparados para
la horca. Ya se ha colgado a bastantes, pero a pesar de haberío intentado nunca
antes se había dado con los más adecuados.
Cuando pienso en él, en sus seis hijos y en su yerno, sin mencionar a los
otros alistados en su lucha, comportándose fríamente, con reverencia, con
solidaridad en su trabajo, durmiendo y despertándose por la lucha, pasando
veranos e inviernos sin esperar recompensa alguna excepto una conciencia
limpia, mientras que casi toda América se alineaba en el lado opuesto, digo de
nuevo que esto me afecta a mí como un espectáculo sublime. Si él hubiera tenido
algún periódico apoyando «su causa»; un órgano, como se suele decir, repitiendo
monótona y tristemente la misma vieja canción y después pasara la gorra, eso
hubiera sido fatal para su eficacia. S' hubiera manifestado de algún modo su
enfrentamiento al gobierno, hubiera resultado sospechoso. Lo que le distinguía
de todos los reformadores que conozco hasta hoy era el hecho de que no estaba
dispuesto a pactar con el tirano.
Su peculiar doctrina era que un hombre tiene perfecto derecho a interferir
por la fuerza contra el amo, como medio para rescatar al esclavo. Yo estoy de
acuerdo con él. Aquéllos que se sienten continuamente escandalizados por la
esclavitud tienen cierto derecho a escandalizarse por la muerte violenta del
amo, pero no los demás. Estos se escandalizarán más por su vida que por su
muerte. No seré yo el primero que considere un error su método para liberar
esclavos lo más rápidamente e posible. Hablo por boca del esclavo cuando digo
que prefiero la filantropía del Capitán Brown a esa otra filantropía que ni me
dispara ni me libera. De todos modos, no creo que sea bueno pasarse la vida
hablando o escribiendo sobre este tema, a no ser que uno esté continuamente
inspirado, y yo no lo estoy. Un hombre puede tener otros asuntos legítimos que
atender. Yo no deseo matar ni ser matado, pero puedo vislumbrar circunstancias
en las cuales ambas cosas me resulten inevitables. Mantenemos la llamada paz de
nuestra comunidad con pequeños actos de violencia cotidiana, ¡ahí está la porra
del policía y las esposas!, ¡ahí tenemos la cárcel!, ¡ahí tenemos la horca!,
¡ahí tenemos al capellán del regimiento! Confiamos en vivir a salvo únicamente
fuera del alcance de este ejército provisional. Por tanto, nos protegemos a
nosotros y a nuestros gallineros y mantenemos la esclavitud. Sé que la masa de
mis compatriotas piensa que el único uso justo que se puede hacer de los rifles
Sharps y de los revólveres es librar duelos cuando otras naciones nos insultan,
o cazar indios, o disparar a los esclavos fugitivos o cosas parecidas. Yo creo
que por una vez los rifles Sharps y los revólveres se emplearon en una causa
justa. Los instrumentos estaban en las manos del que sabía utilizarlos.
La misma indignación que se dice vació el templo una vez, volverá a
vaciarlo. La cuestión no está en el arma, sino en el espíritu con que se use.
No ha nacido todavía ningún hombre en América que amara tanto a sus semejantes
y les tratara con tanta ternura. Vivía para ellos. Tomó su vida y se la ofreció
a ellos. ¿Qué clase de violencia es ésa que promueven, no lo soldados, sino los
pacíficos ciudadanos; no tanto las sectas no pacifistas, sino los cuáqueros; y
no tanto los hombres cuáqueros como las mujeres cuáqueras?
Este suceso me recuerda que existe algo llamado muerte, la posibilidad de
la muerte de un hombre. Parece como si todavía no hubiera muerto ningún hombre
en América, ya que para morir, uno tiene que haber vivido antes. Yo no creo en
los coches fúnebres, los paños mortuorios y los funerales que han tenido. No
hubo muerte en esos casos porque no hubo vida; simplemente se pudrieron y se
degradaron bajo la tierra del
mismo modo que se habían podrido y degradado en
vida. No se desgarró ningún velo del templo, sólo se cavó una fosa en cualquier
parte, Que los muertos entierren a sus muertos. Los mejores res simplemente
dejaron de funcionar, como un reloj, Franklin, Washington, ellos salieron bien
librados sin morir; tan sólo desaparecieron un día. Oigo a muchos que fingen que
se van a morir, o que se han muerto, incluso ¡Tonterías! Les reto a que lo
hagan. No hay suficiente vida en ellos. Se licuarán, como los hongos y
mantendrán a cien aduladores enjugando el lugar en que se desvanecieron. Sólo
han muerto media docena aproximadamente desde que empezó el mundo. ¿Cree usted,
señor, que se va a morir? ¡No! No hay ninguna esperanza. No ha aprendido la
lección aún. Debe quedarse después de clase. Estamos protestando demasiado a
causa de la pena de muerte: arrancar vidas, cuando no hay vidas que quitar.
¡Memento morí!! No entendemos esa frase sublime que algún personaje hizo
esculpir sobre su tumba en alguna ocasión. La hemos interpretado en un sentido
rastrero y lastimoso; hemos olvidado completamente cómo se muere.
John Brown 1856 |
Pero así y todo, aseguraos de que morís. Haced vuestro trabajo y
terminadlo. Si sabéis cómo empezarlo, sabréis cuándo terminarlo.
Estos hombres al enseñarnos a morir, nos han enseñado al mismo tiempo a
vivir. Si los actos y las palabras de este hombre no originan un renacimiento,
ésta será la sátira más dura posible que se escriba sobre actos y palabras que
sí lo originan. Esta es la mejor noticia que América haya escuchado. Ha
acelerado el débil pulso del Norte e infundido más y más sangre generosa a sus
venas y a su corazón, que varios años de los que se suele ¡llamar prosperidad
comercial y política! ¡Cuántos hombres que consideraban recientemente la idea
del suicidio tienen ahora algo por lo que vivir!
Un escritor dice que la peculiar monomanía de Brown le hizo ser «temido por
los habitantes de Missouri como si fuera un ser sobrenatural». Sin duda alguna,
un héroe entre nosotros, tan cobardes, es siempre temido así. El es así.
Aparece como superior a la naturaleza. Hay una chispa de divinidad en él.
¡Si sobre él mismo no logra elevarse,
qué pequeña cosa es el hombre!
¡Los directores de periódicos argumentan también que una prueba de su
demencia es que se creía destinado para el trabajo que hizo, que no dudé ni un
momento! Hablan corno si fuese imposible que un hombre pudiera hacer un trabajo
hoy en día «destinado a él por Dios» como si las promesas y la religión
estuvieran pasados de moda en relación con cualquier otro trabajo cotidiano;
como si el agente para abolir la esclavitud pudiera ser solamente alguien
designado por el Presidente, o por un partido político. Hablan como si la
muerte de un hombre fuera un fracaso y la continuación de su vida, sea del tipo
que sea, fuera un éxito.
Cuando reflexiono sobre la causa a la que se entregó este hombre, y cuán
religiosamente, y después reflexiono sobre la causa a la que se entregan sus
jueces y todos los que le condenan con tanta energía y ligereza, me doy cuenta
de que hay la misma distancia entre ambos que hay entre el cielo y la tierra.
Esto pone de manifiesto que nuestros «líderes» son una gente inofensiva, y
saben demasiado bien que ellos no fueron designados por Dios sino elegidos por
los votos de su partido.
¿Quién es el que precisa para su seguridad que se cuelgue al Capitán Brown?
¿Es acaso indispensable para algún ciudadano del Norte? ¿No hay otra salida que
arrojar a este hombre al Minotauro? Si no lo deseáis, decidlo claramente.
Mientras se estén haciendo cosas como ésta, la belleza permanece velada y la
música es una mentira que chirría. ¡Pensad en él, en sus raras cualidades!, es
el tipo de hombre que tardará mucho en repetirse y tardará mucho en ser
comprendido; no se trata de un héroe cómico, ni del representante de ningún
partido. El sol no volverá a salir en esta bendita tierra sobre otro hombre
como él. ¡Para el que nació con más cualidades; para el inquebrantable, enviado
para redimir a los cautivos; y lo único que se os ocurre es colgarlo del
extremo de una cuerda! Vosotros que aparentáis sufrir por Cristo crucificado,
considerad lo que vais a hacer al que ofreció su vida por la salvación de
cuatro Millones de hombres.
Todo hombre sabe cuándo está justificado, y todos los inteligentes del
mundo serían incapaces de darle luz sobre el tema. El asesino siempre sabrá que
se le castiga justamente; pero cuando un gobierno quita la vida a un hombre sin
el consentimiento de su conciencia, nos encontramos ante un gobierno audaz que
está dando un paso hacia su propia disolución. ¿Acaso es imposible que un sólo
individuo tenga la razón y un gobierno esté equivocado? ¿Deben imponerse las
leyes tan sólo porque se hayan aprobado? ¿O declararlas válidas por un número
cualquiera de hombres, si no son válidas? ¿Tiene que ser el hombre
necesariamente el instrumento que lleve a cabo un acto que su propia naturaleza
rechaza? ¿Acaso pretenden los legisladores que los hombres buenos sean colgados
siempre? ¿Pretenden los jueces interpretar la ley de acuerdo con la letra y no
con el espíritu? ¿Qué derecho tenéis vosotros a llegar al acuerdo de que haréis
esto o lo otro, en contra de vuestra propia razón? ¿Es labor vuestra, al tomar
cualquier resolución, decidir sin aceptar las razones que se ofrecen, que
muchas veces ni siquiera comprendéis? Yo no creo en los abogados, en ese modo
de acusar o defender a un hombre, porque descendéis para tratar con el juez en
su propio campo y, en los casos más importantes, no tiene mayor trascendencia
si un hombre transgrede una ley humana o no. Dejad que los abogados decidan en
casos triviales. Los hombres de negocios pueden solucionar esas cosas entre ellos.
Si ellos fueran los intérpretes de las leyes eternas que obligan al hombre con
auténtica justicia, eso ya sería distinto. ¡Esto es como una fábrica
falsificadora de leyes que se sitúa parte en un país de esclavitud y parte en
un país de libertad! ¿Qué clase de leyes podéis esperar de ella para el hombre
libre?
Estoy aquí para interceder por su causa ante vosotros. No intercedo por su
vida sino por su naturaleza, por su vida inmortal, y eso sí es enteramente
asunto vuestro y no de ellos. Hace mil ochocientos años Cristo fue crucificado;
esta mañana posiblemente, el Capitán Brown haya sido colgado. Esos son los dos
extremos de una cadena que no carece de eslabones. Ha dejado de ser el viejo
Brown; es un ángel de la luz.
Ahora comprendo que fue necesario que el hombre más valiente y humano de
todo el país fuera colgado. Tal vez él mismo lo haya comprendido. Casi temo
enterarme de que le hayan liberado, porque dudo que la prolongación de su vida,
o de cualquier otra pueda hacer más bien que su muerte.
«¡Descarriado!» «¡Granuja!» «¡Demente!» «¡Vengativo!» Eso escribís desde
vuestras poltronas, y el herido responde así desde el suelo del Armory, claro
como un cielo sin nubes, con la verdad en los labios, como si fuera la suya la
voz de la naturaleza; «No me envió aquí hombre alguno, fue mi propia voluntad y
la de mi Creador. No reconozco a ningún jefe de condición humana».
Y con qué noble y dulce talante continúa dirigiéndose a los que le
apresaron y que se sitúan por encima de él: «Creo, amigos, que sois culpables
de un gran error contra Dios y la humanidad, y sería perfectamente justo que
alguien interfiriera en vuestras cosas con el fin de liberar a ésos que
vosotros mantenéis voluntaria y cruelmente en cautiverio».
Y, refiriéndose a su actividad: «Este es, en mi opinión, el mayor servicio
que un hombre puede ofrecerle a Dios».
«Me apenan los pobres cautivos que no tienen a nadie que les ayude; por eso
estoy aquí, no para satisfacer ninguna animosidad personal, venganza o espíritu
revanchista, sino por mi simpatía hacia los oprimidos y los agraviados que son
tan buenos como vosotros y tan preciosos a los ojos de Dios».
Vosotros no reconocéis vuestro testamento cuando lo tenéis delante.
«Quiero que entendáis que yo respeto los derechos de los hombres de color
más pobres y más débiles, oprimidos por el poder esclavizador, del mismo modo
que respeto los de los más ricos y poderosos». Me gustaría decir, además, que
haríais mejor, vosotros, todos los hombres del Sur, en preparamos para
solucionar esta cuestión, que deberá terminarse de una vez antes de que estéis
dispuestos a ello. Cuanto antes os preparéis, mejor. Os podéis deshacer de mí
muy fácilmente. Ya casi estoy eliminado, pero esta cuestión aún tendrá que
solucionarse -este problema de los negros, me refiero-; el fin de ese problema
no ha llegado aún.
Imagino el momento en que el pintor dibujará esa escena sin ir a Roma en
busca del modelo; el poeta la cantará; el historiador la registrará; y, con el
desembarco de los «Peregrinos» y la Declaración de Independencia, será el
ornamento de un futuro museo nacional, cuando al fin la forma actual de
esclavitud ya no persista. Entonces tendremos libertad para llorar por el
Capitán Brown. Entonces, y no antes, llegará nuestra venganza.
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